jueves, 25 de febrero de 2010

COMO CASI TODOS LOS HOMBRES

.
.
.
El hombre es pequeño. Como casi todos los hombres. Se levanta de la cama de un salto que parece el de un acróbata. Desnudo, se fija en sus pies. Son pequeños. Tal y como acostumbran a ser los pies de los hombres pequeños. Después echa a andar hacia el cuarto de baño. Lleva tan sólo dos días en su nuevo piso de alquiler. Todavía no ha puesto todo el mobiliario a su gusto. Para lavarse los dientes o mirarse al espejo necesita subirse a una pequeña banqueta. Para cocinar y alcanzar cazuelas y sartenes más de lo mismo. Echa de menos los tiempos en que trabajaba en el circo pero no siente nostalgia al recordarlo. A veces sueña despierto. Sueña que él es el domador. Que mete la cabeza dentro de las fauces del león. Que entonces el león cierra su boca y él se queda sin cabeza. Y su cuerpo echa a correr como el de un pollo descabezado mientras el público aplaude y la sangre le salpica. Cree que este sueño tiene un significado. Pero aunque piensa días enteros en ello, no le encuentra sentido alguno. El otro día vio una película de Tarzán en la que salían varios leones. Aquella noche soñó que él era la mona Chita. Y al despertarse se levantó de la cama de un salto que parecía el de un chimpancé. El hombre es pequeño pero ha leído a Darwin. Venera sus teorías sobre el origen de la especies. Le gustaría saltar de rama en rama. Despiojarse en la copa de algún árbol. Sentir una brisa salvaje acariciando su denso bello corporal. Tampoco le importaría vivir en la jaula de un zoológico, en una de esas enormes jaulas con falsas lianas y rocas de cartón-piedra. Lo que sea con tal de no ser un hombre pequeño. Como casi todos los hombres.
.
.
.











Obras de Juan Muñoz



Juan Muñoz
(Madrid, 1953 - Ibiza, 2001)





miércoles, 24 de febrero de 2010

A ESO DE LAS TRES Y MEDIA DE LA MADRUGADA

Study from the human body figure in movement
(Pintura de Francis Bacon)
.
.
.

A menudo, más a menudo de lo que me gustaría, un intenso sentimiento de culpabilidad me asalta en mitad de la noche. Nunca lo hace en mitad de la mañana ni en mitad de la tarde, tan sólo me asalta en mitad de la noche, mientras duermo a pierna suelta. Sé de donde procede ese sentimiento, conozco perfectamente el lugar del que emerge: tiene que ver con un hombre al que maté hace tres años. Es el único hombre que he matado en mi vida. Diré en mi defensa que fue un accidente, así lo dictaminó el juez en su momento. Aún así, aún siendo un accidente, el sentimiento de culpabilidad continua emergiendo con frecuencia como un calamar moribundo, con todos sus tentáculos abarcando mi cráneo, apretándolo con saña. Pero fue eso, un terrible accidente en el que la Muerte tenía todas las cartas, todos y cada uno de los boletos ganadores. Tan sólo hizo falta un leve empujoncito del Azar. Nada tuvo que ver que el hombre al que maté me cayese mal, muy mal, fatal. Nada tuvo que ver que fuese el casero del piso en el que vivía yo por aquel entonces, nada tuvo que ver que el tipo no quisiese arreglar la muchas goteras que no dejaban de chorrear sin descanso, nada tuvo que ver que el calentador funcionase muy de vez en cuando, que las persianas estuviesen absolutamente agarrotadas, que la luz se fuese cada dos por tres o que las humedades en las paredes pareciesen espíritus que aumentaran de tamaño cada día. Fue un accidente. Es lo que me digo siempre que el sentimiento de culpabilidad me asalta en mitad de la noche. También me repito que nada tuvo que ver mi aversión hacia el casero, que nada tuvo que ver que yo saliese al balcón aquella mañana, que rozase con mi brazo un tiesto al apoyarme en la barandilla, que casualmente pasase por la calle en aquel instante el hombre al que detestaba, que entonces el tiesto, con su geranio en flor, cayese de pronto al vacío y no tardase en hacer blanco en la calva de mi casero, arrancándole la vida sin remedio. Fue un accidente. Así lo dictaminó el juez en su momento. Fue un accidente. Eso es lo que me repito una y otra vez como si de un mantra se tratase. Me lo repito cuando el intenso sentimiento de culpabilidad me asalta en mitad de la noche como un dardo envenenado, como una virulenta punzada en el estómago, como un ataque al corazón. Siempre en mitad de la noche. Nunca en mitad de la mañana ni en mitad de la tarde. Siempre en mitad de la noche. A eso de las tres y media de la madrugada.

.
.
.

Triptych, 1976
(Pintura de Francis Bacon)
-pinche sin miedo sobre la imagen-

viernes, 19 de febrero de 2010

NO ESCRIBIR JAMÁS ALGO QUE PUEDA PARECERSE A ESTO

Puertas
(Ciudad de México, 1925)
Fotografía de Tina Modotti
.
.
.

Estiré la tarde como si de un chicle se tratase. Deambulé por calles mil veces caminadas hasta llegar a la estación. El tren estaba a punto de salir cuando me subí a uno de sus vagones. Un anciano me preguntó si era ese el tren que iba a Siberia. Le dije que sí sabiendo que dijese lo que dijese se sentaría a mi lado. Todos por aquí sabemos que perdió la cabeza hace mucho tiempo y ahora la busca de vagón en vagón, día tras día, como si fuese a hallarla en alguno de los asientos, sonriéndole. Cuando el tren se puso en marcha respiré hondo. En el mp3 sonaba Stravinsky. Durante el viaje a Barcelona miré por la ventana queriendo desentrañar todo aquello que veía; creo que no hace falta explicar que fracasé en el intento. Al llegar, estiré todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo con miedo a que me diese un tirón. También los pájaros viejos huyen del continuo revoloteo y no imaginan lo que cuesta cruzar un océano. Las alas del atardecer ensombrecieron mis pasos. Entonces la lluvia. Goteo incesante. Las aceras. Grises. Sin vida. Como los pies del tullido que pedía limosna a la vuelta de la esquina. Volátil. La tarde. Qué. La tarde. Qué. La tarde. Qué. Mañana será otro día. Sí. Ni mejor ni peor. Ya. Al menos eso han dicho en la televisión. Quién. La mujer del tiempo. Cuándo. A mediodía, al final de aquellas noticias que se repiten y se repiten hasta convertirse en un bucle de mil pares de cojones. Claro. A veces oscuro. Sí, es cierto. Dialogar con uno mismo lleva su tiempo. Deshacerse del espejo también. Claro. A veces oscuro. Sí, es cierto. De todos modos no es la modalidad que más me gusta. Prefieres callar. Embaucar en silencio. Como arma afilada, cortante, que da miedo tocar. Así es como definirías tu silencio. Sí. Bien. Tal vez huyendo del ruido. Quizá escondido del bullicio. Puede que esquivando toda algarabía. Como todas aquellas tardes que, sin salir de casa, imaginaste que fuera, en los bares, la gente era muy feliz. O algo por el estilo. Es así. Son así. Todas las volteretas del invierno. No olvido que tengo que comprarme una manta eléctrica. Enchufarla. Abrazarla. Mimarla. Devolverle el calor. Serle fiel. Con una condición. No escribir jamás algo que pueda parecerse a esto.

.

.

Máquina de escribir de Juan Antonio Mella (1928)

Fotografía de Tina Modotti

lunes, 15 de febrero de 2010

Los 69 de EL LIBRO DEL VOYEUR

Girli Show
Pintura realizada por Edward Hopper hace 69 años.
.
.
.

Parece que ya hay fecha para la esperada publicación de El Libro del Voyeur, un proyecto que Pablo Gallo empezó a construir hace cosa de tres años. Estará en las librerías en mayo de 2010 de la mano de Ediciones del Viento. Me agrada mucho participar en este proyecto con un texto breve, no sólo por los sugerentes dibujos de Pablo, sino también por la compañía de escritores y blogeros a los que admiro, pues en el libro estará presente gente a la que leo con fervor en sus bitácoras y que permanecen enlazados en las paredes de este humilde hotel: Flavia Company, Fernanda García Lao, Marta Navarro, Patricia Esteban Erlés, Estíbaliz Espinosa, Lara Moreno, Soledad Acedo, Safrika, Enrique Ortiz, Iván Humanes, Antón Castro, Luis Pousa, Salvador Gutiérrez Solís, José Ángel Barrueco, Mateo de Paz, Marcelo Luján…

Pablo ha querido que los autores participantes en El Libro del Voyeur seamos 69, con los 69 retratos que nos ha hecho y sus 69 dibujos eróticos circulares y nuestros 69 textos. Y resulta que el libro será presentado en la Feria del Libro de Madrid, que tendrá lugar del 28 de mayo al 13 de junio y que, miren ustedes por donde, es la edición número 69 de la feria.

Pero, no se vayan todavía, aún hay más.

Este año 2010 hace 69 años que fallecieron James Joyce o Virginia Woolf.

Y hace 69 años que vinieron al mundo Bob Dylan o Art Garfunkel.

Hace 69 años que se realizaron películas como El halcón maltés de John Huston, Aguas pantanosas de Jean Renoir o Sospecha de Alfred Hitchcock.

Hace 69 años que Jorge Luís Borges escribió un cuento titulado El jardín de senderos que se bifurcan.

Hace 69 años que Edward Hopper pintó una obra llamada Girli Show, e intuyo que la pintó sacando al voyeur que llevaba dentro.

Y hace 69 años que, un día como el de hoy, un 15 de febrero pero de 1941, se inició en Santander un incendio que asoló la ciudad cantábrica durante días; supongo que de la misma manera que El Libro del Voyeur incendiará primero nuestros ojos para prender después a buen seguro en las sesenta y nueve mil pupilas de nuestra libido hasta devorarlas sin remedio.


.
.
.
Fotografía de los restos del incendio
que asoló Santander en 1941, hace 69 años.
.
.
El halcón maltés,
película de John Huston realizada hace 69 años.
.

.


La escritora Virginia Woolf falleció hace 69 años.
.

.

Bob Dylan nació hace 69 años.
.
.


El jardín de senderos que se bifurcan
fue escrito por Jorge Luís Borges hace 69 años


martes, 9 de febrero de 2010

BREVÍSIMA REFLEXIÓN SOBRE EL LIBRO ELECTRÓNICO Y MI SENTIDO DEL OLFATO

.
.
.

De momento no conozco a nadie que tenga un libro electrónico. Me parece muy bien lo del libro electrónico, un invento estupendo. Si el libro electrónico, en el futuro, consigue hacer desaparecer al libro de toda la vida -cosa que dudo mucho- también me parecería muy bien, estupendo. No tengo nada en contra de hacer desaparecer todo aquello que tenga algo que ver con la humanidad. Lo único que yo no veo bien es una cosa: resulta que a mí lo que más me gusta hacer cuando compro un libro es olerlo. Me encanta disfrutar de la mezcla de olores que casi cualquier libro desprende, el olor a papel, el olor a tinta, el olor al pegamento de su lomo. Cuando llego a casa con un nuevo libro bajo el brazo, lo primero que hago, mucho antes de abrirlo y leer unas líneas, es acercar mi nariz a sus páginas y pasarlas velozmente presionándolas con mi dedo pulgar. Olisquear un libro es para mí uno de esos estúpidos placeres que nos depara la existencia. Así que si el libro electrónico poseyese un botón que, al apretarlo, desprendiese ese olor a libro que tanto me gusta, todo estaría bien, estupendo. Creo que podrían seleccionarse incluso distintos olores, pues cualquiera sabe que no todos los libros huelen igual: olor a libro recién salido de la imprenta, olor a libro de segunda mano, olor a libro de viejo, olor a libro olvidado en un parque, olor a libro hallado en la basura. Pero si no es así, si el libro electrónico no posee ninguno de estos característicos olores, por mí se puede ir por donde ha venido.



.
.
.




jueves, 4 de febrero de 2010

CON UNA VOZ TAN RONCA QUE ME HA PARECIDO LA DE UN FUMADOR EMPEDERNIDO


Ashes and diamonds, película de Andrzej Wadja
.
.

1. Me desperté sediento, con la boca tan seca que por un momento creí que me iba a ahogar. En mi mano derecha, bajo las sabanas, había un objeto desconocido. Lo examiné acariciándolo con mis dedos. Me pareció una pistola. Contrariado, saqué el objeto de debajo de las sabanas. Sí, era una pequeña pistola de empuñadura nacarada. Como yo nunca he tenido pistola y me parecía tan pequeñita, di por hecho que era de juguete. Entonces apreté el gatillo y un estruendo seco retumbó en la habitación. La pistola no era de juguete y me quedó claro que estaba cargada. En el techo observé un agujero grisáceo.

.

2. Salí a la calle con la pistola en el bolsillo de mi abrigo, pensando en deshacerme de ella en el primer contenedor que encontrase. Pero en el primer contenedor que encontré había un vagabundo rebuscando dentro. Así que pasé de largo, continué caminando sin rumbo. Al llegar al paseo marítimo pensé en tirarla al mar. Bajé a la playa y caminé enérgico hasta la orilla. Una vez allí, mientras observaba como la espuma de las olas se deshacía en un sinfín de formas que me hicieron pensar en un sinfín de rostros deformes, una gaviota arrojó sus excrementos sobre mi hombro izquierdo. Saqué enseguida la pistola, dispuesto a terminar con esa ave palmípeda y maleducada. Apunté hacia ella mientras revoloteaba sobre mí. Cuando creí tenerla a tiro apreté el gatillo. Nada sucedió. La gaviota continuó con su revoloteo burlón y de la pistola no salió bala alguna. Entonces la arrojé al mar. La vi hundirse y al instante emergió un puñado de burbujas.

.

3. Observo la realidad a través del fondo de un vaso en la cafetería más decadente de mi ciudad. Por momentos los hombres son cabezudos y las mujeres enanas regordetas. No he conseguido limpiar mi abrigo. En mi hombro izquierdo luce la medalla que me asignó aquella gaviota. Es lo único que me hace creer que lo de la pistola fue real. Por lo menos la mancha hace juego con la decadencia del establecimiento. En la pared los platos combinados no combinan con el mobiliario. En el televisor el hombre del tiempo miente. En la barra la camarera nunca sonríe. En la calle las gaviotas son libres de hacer lo que les venga en gana. En la silla en la que estoy sentado, se sentó ayer alguien que ha muerto esta mañana. Es lo único que me ha dicho la camarera. Con una voz tan ronca que me ha parecido la de un fumador empedernido.



miércoles, 3 de febrero de 2010

DE LAS INMENSAS POSIBILIDADES DE UN CINE DEL AZAR


Durante los últimos días he estado viendo de nuevo algunas películas de José Luis Guerín. Siempre me quedo ensimismado viéndolas. Cuando se terminan permanezco un rato mirando la pantalla del televisor, ya apagada, y veo mi reflejo allí, y mi cara de ensimismamiento. Me miro boquiabierto. En silencio. Sus imágenes me roban las palabras.